Así están censurando la televisión en Colombia
Publicado el 10 diciembre, 2018 Deja un comentario
Ilustraciones por La Ché. Textos por Juan Carlos Rincón Escalante.

¿Cómo es el amor cuando la mente no funciona bien?
Publicado el 1 diciembre, 2018 4 comentarios
Por Juan Carlos Rincón Escalante
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Advertencia: este artículo discute de manera cruda relatos de pensamientos suicidas y otras situaciones que pueden ser difíciles de procesar. Si estás en un mal momento, te recomiendo que lo guardes para después. Tu salud mental es prioridad.
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Cuando el escritor David Foster Wallace se ahorcó, sus dos perros se acostaron bajo el cadáver.
Su hermana Amy Wallace Havens le dijo al periodista David Lipsky que al cerrar los ojos lo puede ver, en la oscuridad de su casa, con sus perros: “estoy segura de que los besó en la boca y les pidió perdón antes de colgarse”.
Esa imagen me ha acompañado durante años.
¿Cómo tanta bondad, tanta ternura, tanta empatía y amor pueden convivir con un desespero autodestructivo?
¿Cómo se siente, además, ser esa hermana? ¿O ser su esposa, la artista Karen Green, quien le contó a The Guardian que “cuando la persona que amas se mata, el tiempo se detiene, simplemente se detiene en ese momento”?
Este es un intento por entender el amor mediado por enfermedades de la mente, desde quienes las padecen y desde las personas que aman a quienes las padecen.
No me interesa el después de la muerte, me interesa el antes. Los años en los que la enfermedad mental, ese desequilibrio químico que poco entendemos, acompaña a la vida como si fuera su sombra, donde la persona enferma es mucho más que su enfermedad: una madre cariñosa, una mejor amiga esencial, una pareja que se ama.
¿Cómo se esparce ese amor en medio de ramas contaminadas por aflicciones que, en sus peores manifestaciones, dejan a las personas sin capacidad de sentir?
Es una pregunta existencial para mí y para mi depresión diagnosticada hace siete años. Pero también lo es para muchísimas personas que lidian con enfermedades mentales en un país donde la atención médica en salud mental es precaria y risible.
Intercambié mensajes con cerca de 40 personas, algunas de ellas padecen distintos cuadros y hay otras que no los padecen, pero que aman a amigos, familia o parejas que sí.
Me contaron sus miedos, frustraciones, problemas de comunicación, complejos de salvadores, prejuicios y desconocimiento. También me contaron sobre la empatía y la esperanza madura, esa que entiende lo difícil de la situación, pero aun así le apuesta a la vida.
A continuación, les comparto algunos hilos que pude identificar entre todas las historias. De pronto ayudan a entender un poco el amor que acampa al lado del abismo.
Un mensaje para las personas LGBT+
Publicado el 26 noviembre, 2018 1 comentario
Ilustraciones por La Ché. Textos por Juan Carlos Rincón Escalante.

Así se siente cuando tu vida no es tuya
Publicado el 30 septiembre, 2018 5 comentarios
Por Juan Carlos Rincón Escalante
Que mi vida no es mía es algo que sé desde hace un tiempo, pero no he sido capaz de explicarlo.
Es una certeza ininteligible, como tantos síntomas de los desequilibrios químicos en el cerebro. Presiento que, entre todos los distintos tipos de arte, la escritura es la menos propicia para describir la maraña de pensamientos inconclusos e incoherentes que se forman en medio de la neblina. Me hace falta saber pintar, o componer, para intentar siquiera darle algo de claridad a lo que siento. La depresión es un cuadro de Pollock.

“One: Number 31, 1950″, por Jackson Pollock, 1950.
Aunque también puede ser que simplemente no tengo el talento —ni el vocabulario— para describirme y prefiero hacer negaciones categóricas antes que aceptar mi mediocridad.
Pero ese no es el punto.
No tengo ni un instante de tranquilidad. Allí a donde voy, haga lo que haga, me acompaña un desespero incesante; inoportuno. Me descubro rogándole misericordia a mi mente.
Ay, por favor, sólo un momento, un momentico; un segundito de calma; de no pensar; de no sentir; de no querer echarme al piso en posición fetal y entregarme a la desazón.
Ay, por favor, por caridad, no más las voces que me dicen lo inútil que es mi existencia; lo ridículo que es mi andar; lo repugnante que es mi piel; lo imbécil de todas y cada una de mis ideas; lo irracional que estoy siendo al pensar todo esto y aún así ser presa de mis adjetivos negativos.
Misericordia. Misericordia. Misericordia.
No más tener que mirar al vacío mientras me concentro en mi respiración y me digo una y otra vez que soy el aire que entra y sale y la nariz que siente ese aire y el cuerpo que está pegado a la nariz y que toda mi vida es este momento y nada más y que las expectativas sociales no son más que espejismos construidos para presionarnos pero no determinantes ineludibles de mi identidad y mucho menos de mi valor como ser que existe.
No más tener que escribir cualquier cosa, cualquier grito, cualquier seguidilla de palabras plagadas de dolor para distraer la mente y que deje de acuchillarme la voluntad.
No más que todo eso fracase y vuelva al borde del abismo.
Así se siente cuando tu vida no es tuya. Es la ambivalencia omnipresente de querer hacer de todo, crear, apostarle a la tragedia agridulce que implica el darse permiso de vivir, de fracasar, de perseguir las ambiciones y construir relaciones llenas de amor, unida a esa otra compañía de una mente traicionera, metódica, cruel, terca y disciplinada en su mezquindad.
Es suplicar cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día de cada semana de cada mes de cada año. Hasta que haya misericordia. Si es que algún día la habrá.
Posdata: la imagen destacada se llama «Mind Vomit» (vómito mental), de un autor anónimo que la envió a un proyecto que busca destruir el estigma contra las enfermedades de la mente. Visiten The Perspective Project para ver más.
«La palabra misericordia viene del latín misericordia formado de miser (miserable, desdichado), cor, cordis (corazón) y el sufijo -ia. Esta palabra se refiere a la capacidad de sentir la desdicha de los demás». – Etimologías.
Si te matas, no es mi culpa
Publicado el 17 septiembre, 2018 Deja un comentario
Por Juan Carlos Rincón Escalante
El desastre tiene una habilidosa manera de distorsionar todo, incluyendo sus causas y sus efectos. Enamorarse de una persona con comportamientos autodestructivos puede llevar a perder la posibilidad de fijar límites; «salvarla» se convierte en una cruzada personal que tiene un efecto colateral perverso: si se inmola, es mi culpa.
Por eso es tan común y tan eficiente el “si te vas, me mato”.
Uno se queda en relaciones plagadas de desazón, terroríficas, a menudo con violencia física y verbal, porque no quiere que esa persona se haga daño. Porque no quiere cargar con la ineludible idea de que será mi culpa si esa persona que uno quiso tanto (¿o quiere?) se mata o se destruye o sabotea de alguna manera su vida. ¿No hice lo suficiente? ¿No dije lo correcto? ¿Tal vez debí dedicarle más tiempo?
Es tan fuerte la atracción gravitatoria que producen ese tipo de dinámicas que uno jamás tiene la idea que debería ser más obvia: ¿no será que yo no soy responsable de las malas decisiones que mi pareja está tomando? Irse nunca es una opción. Aceptamos la pesadilla como la única realidad posible. Nuestra vida está en función de esa otra vida frágil, necesitada. Tenemos que salvarla.
Oprime aquí para seguir leyendo la columnaEstallar un celular contra la pared no es romántico, ni es amor
Publicado el 24 agosto, 2018 Deja un comentario
Por Juan Carlos Rincón Escalante
Estallar un celular, mi celular, contra la pared para demostrarte lo mucho que me importa que me escuches no es romántico, ni es amor. Rezar de rodillas todas las noches de todos los meses, de por lo menos diez años, a un dios indiferente, pidiéndole que regreses, no es romántico, ni es amor. Escuchar con temor los sonidos de la madrugada hasta que alguno me diga que regresaste, que estás bien, pero que vienes a lastimarme, no es romántico, ni es amor. Aparecerme sin permiso y sin aviso en la portería de tu casa y decirle al celador que no me mienta, que sé que estás ahí, y no moverme hasta que bajes o hasta que amanezca, no es romántico, ni es amor.
OPRIME AQUÍ PARA SEGUIR LEYENDO LA COLUMNAAlgunos apuntes desde el colapso
Publicado el 6 mayo, 2018 3 comentarios
Por Juan Carlos Rincón Escalante
No se ve como uno esperaría.
No es un edificio que se derrumba y crea una nube de polvo y tierra y escombros y muerte. No es un grito tras otro tras otro tras otro. No es el pelo arrancado, ni la piel rasgada, ni la sangre a borbollones. No es alguien corriendo desnudo por la autopista en plena hora pico y hablando con demonios que nadie más ve. No es La Llorona, desgarrada y estigmatizada, suplicando auxilio y viendo al mundo recibirla con temor y cruel indiferencia.
No, es todo eso, pero suavecito.
Es la desesperación silenciosa, disimulada, vehemente, constante. Ahí, martillando, como un flujo infinito de gotas de agua cuyo único propósito es oxidarte.
Es fallar un poquito y cumplir con el resto, con todo, con casi todo, menos ese fallito que es perdonable y comprensible y, de hecho, casi indetectable; nadie te va a ver cojear.
Es saber que cojeas.
Es levantarte asfixiado y vestirte bien y salir y sonreír mientras la soga en el cuello te aprieta y te aprieta.
Es encerrarte en el baño y mirar fijamente la pared por cinco minutos. Así, varias veces, muchas veces, todas espaciadas en tus días laborales de 16 horas hiperproductivas y funcionales.
Es llegar a casa y sentirte sucio y desordenado y echarte sobre la decadencia mientras tocas tu piel enumerando cada uno de los defectos que comprueban que eres un monstruo que no merece existir.
Es querer hablar con alguien y tener un ejército de gente dispuesta a darte cariño, pero no decir nada; no tener nada para decir.
Es odiar estas estupideces que haces mientras estás en crisis porque crees que la elocuencia y la atención que viene con ella son equivalentes al sentido; a la salvación.
Es empezar a cortarlo todo y a todos. Primero te desconectas, fallando más. Luego te aíslas, huyendo de los demás, y con ellos de cualquier chispa de… de… ¿de qué? Ya ni recuerdas. Pero el caso es que desaparecen, las chispas y ellos y todo; quedas tú y el silencio y la oscuridad, que son la misma cosa.
Es comer mal, pésimo, a propósito; una comida a la vez, un pecadito más, una excusa tras otra, creyendo que puedes volver a cuidarte, a la senda del control; creyendo que mereces descuidarte y lastimarte.
Pero ya no hay control.
Es entender que te vas a estrellar, mucho tiempo antes de que pase.
Es sentarte a verlo todo pasar y querer ser La Llorona y su desgarrro, los gritos tras gritos tras gritos, el desnudo en la autopista, el edificio que se derrumba.
Pero no.
Tu colapso es este silencio elegante y hasta bello, prudente, inesperado, que vive y planea al mismo tiempo el día final, que viene, viene, pero toca esperar.
«¡¿Cómo voy a salir de este laberinto?!», pregunta el Simón Bolívar de Gabriel García Márquez.
«Derechito y rápido», responde la Alaska de John Green.
Con meticulosidad implacable, sugiere mi depresión.
La rapidez no es una opción. Nunca es como uno esperaría que sea.
La depresión dibujada en un libro imprescindible
Publicado el 13 enero, 2018 1 comentario
Por Juan Carlos Rincón Escalante
Para escribir de Sin ser de noche todo se ve muy negro, ese tesoro honesto, crudo, profundamente empático, ilustrado y vuelto libro por Ana Mess, tengo que hablar de mi depresión. El problema es que ahí se me acaban las palabras.
Una de las mayores frustraciones de cargar con esta enfermedad, que me acompaña desde no sé exactamente cuándo y que parece empeorar con el paso del tiempo, es mi incapacidad de explicarla. O la del mundo de entenderla.
Sí, puedo hablar de “hechos” puntuales: el cansancio pese a haber dormido muchas horas; la ansiedad que me deja sin dormir durante semanas; el sentir que estoy sin estar, sin procesar el mundo a mi alrededor; el desespero incontrolable al que sólo puedo responder quedándome quieto y mirando un punto fijo, o el odio irracional a mi reflejo en el espejo. Pero esos son meros síntomas; no son la depresión, ni lo que significa para mí, ni cómo altera cada segundo de mi existencia. Y la gente que escucha eso siente lástima, o preocupación, e intentan comprender; pero a menos que hayan experimentado algo similar, su empatía sigue siendo ignorante. Lo que significa que siento que hay una barrera enorme entre ellos y yo, empeorando todo.
Por eso, Sin ser de noche todo se ve muy negro es una revelación. Mess, colombiana, encontró en la ilustración la mejor manera de hablar sobre su depresión. En una nota al final del libro cuenta que “me estaba convirtiendo lentamente en un ente que respiraba apenas, pasaba las noches en vilo barajando maneras de acabar con todo, de salir por la puerta de atrás”. Pero, dice, “la depresión que ha sido el infierno ha empezado a transformarse en un proyecto de vida”.
En ese acto de rebeldía contra la enfermedad, de pedirle a la oscuridad algo a cambio de acompañarla a todo momento, la autora encontró la inspiración para sus ilustraciones. En ellas, con una precisión envidiable, da una de las más elocuentes explicaciones de lo que es vivir con esa melancolía aplastante.
El libro, editado y vendido directamente por Mess, es un compendio de ilustraciones que nos abren la puerta a su mente y su vida con la depresión. El primer acierto es la franqueza: no hay en los trazos la menor chispa de arrogancia; su única ambición es mostrar sinceramente el mundo de nudos y ansiedad que lleva por dentro.
Ayuda, entonces, que los dibujos sean tan hermosos, pese a que aparentan ser muy simples. Sin ser de noche todo se ve muy negro es una experiencia para saborear cada página, encontrándole el sentido doloroso a cada detalle. Además, está contando una historia que se mueve entre la rabia, la decepción, la resignación, ocasionalmente la determinación y el desespero.
En un momento, Mess acompaña una ilustración con la frase “muy pobre para ser depresiva”. En otra se critica a ella misma: “No eres especial, sólo depresiva”. En una de mis ilustraciones favoritas por lo dulce y, al mismo tiempo, angustiante, escribe: “No hay espacio bajo la cama, ahora los monstruos duermen conmigo”. Es una viñeta que bien podría sentirse cómoda entre las creaciones de Maurice Sendak (Donde viven los monstruos).

Ilustración de Ana Mess.
Como esos, el libro está lleno de mensajes complejos y contundentes.
Dicho eso, me parece que el mayor aporte de éste es el entendimiento. Transmite con una eficiencia admirable lo que es la depresión. Pese a que la enfermedad se manifiesta de mil maneras distintas en las personas,Sin ser de noche todo se ve muy negro ofrece un excelente punto de encuentro.
Si vive con una enfermedad similar, como yo, este es un libro que llega directo a las entrañas.
Si conoce a alguien con depresión, éste lo ayudará a entender un poco mejor.
Si simplemente tiene una curiosidad por la melancolía y la condición humana, la obra de Mess es imperdible. No da respuestas, porque no las hay; pero consigue llenar de contenido a la empatía por los demás.
Pueden contactar a Ana Mess en a.marianossa@gmail.com, o través de su Twitter, @Juskanamanof.
Publicado originalmente en El Espectador.
A Girl Walks Home Alone at Night: ¿quién dijo que no se puede hacer buen cine con vampiros?
Publicado el 9 enero, 2017 1 comentario
Por Juan Carlos Rincón Escalante
Los vampiros ya no están de moda (ahora todo es sobre zombis) y su más reciente desaparición del centro de atención cultural estuvo precedida por la serie Crepúsculo, que hizo todo lo que estaba a su alcance por darles una pésima fama. Sin embargo, dos películas independientes recientes demuestran que el problema no es la mitología, sino lo que se haga con ella. Después de la encantadora Only Lovers Left Alive (2013) de Jim Jarmusch, la directora Ana Lily Amirpour debutó en Sundance en el 2014 con una película fascinante llamada A Girl Walks Home Alone at Night (Una chica vuelve a casa sola de noche).
Desde la primera toma, A Girl Walks Home Alone at Night lo introduce a uno, gracias a una blanco y negro bellísimo y a una música que produce mucho ambiente, en la ciudad iraní ficticia de «Bad City» (algo así como ciudad mala), donde no parecen haber muchos habitantes, pero en el aire se respira una ansiedad mezclada con deseo. Amirpour utiliza la cámara durante toda la película con una experticie que no parece de alguien que apenas estaba debutando en el mundo de los largometrajes. A veces temblando y acercándose, otra con una distancia reverencial, cada uno de los cuadros es digno de ser impreso y colgado en alguna pared. Pero, además, no es sólo un recurso gratuito para dar placer estético, sino que va de la mano con el terror que produce la protagonista, interpretada por una genial Sheila Vand.
De la historia no les quiero contar demasiado, pues parte del encanto de la película es que sabe guardarse sus cartas y las va rebelando con delicadeza. Vand toma el papel de «La chica» (nunca le dan nombre), que está al acecho en las noches y seduce a quien la mira sólo con sus ojos y su posición corporal. Es una mezcla interesante que utiliza la estereotípica fragilidad de una mujer musulmana caminando por la noche con la seguridad intimidante de alguien que se sabe en control de cualquier situación. No es, además, un personaje unidimensional, pues pese a que está en silencio la gran mayoría de la película, hay suficientes datos regados por ahí para entender que le dio propósito a lo que ve como una maldición.
El otro personaje principal es Arash, interpretado por Arash Marandi, un joven que tiene que lidiar con la pobreza y con un padre drogadicto que ya está fuera de sus cabales. Su relación con el personaje de Vand es lo que más vida y tensión le da a la película, y construye el escenario para llegar a un final que lo deja a uno pensando.
Pero, por sobre todas las cosas, A Girl Walks Home Alone at Night es una experiencia muy disfrutable. Da susto, da risa, hechiza con sus tomas y su blanco y negro, no es obvia y demuestra que lo fantástico es una excelente herramienta narrativa en manos de una creadora brillante como Amirpour. No se la pierdan.