Si te matas, no es mi culpa

Por Juan Carlos Rincón Escalante
El desastre tiene una habilidosa manera de distorsionar todo, incluyendo sus causas y sus efectos. Enamorarse de una persona con comportamientos autodestructivos puede llevar a perder la posibilidad de fijar límites; «salvarla» se convierte en una cruzada personal que tiene un efecto colateral perverso: si se inmola, es mi culpa.
Por eso es tan común y tan eficiente el “si te vas, me mato”.
Uno se queda en relaciones plagadas de desazón, terroríficas, a menudo con violencia física y verbal, porque no quiere que esa persona se haga daño. Porque no quiere cargar con la ineludible idea de que será mi culpa si esa persona que uno quiso tanto (¿o quiere?) se mata o se destruye o sabotea de alguna manera su vida. ¿No hice lo suficiente? ¿No dije lo correcto? ¿Tal vez debí dedicarle más tiempo?
Es tan fuerte la atracción gravitatoria que producen ese tipo de dinámicas que uno jamás tiene la idea que debería ser más obvia: ¿no será que yo no soy responsable de las malas decisiones que mi pareja está tomando? Irse nunca es una opción. Aceptamos la pesadilla como la única realidad posible. Nuestra vida está en función de esa otra vida frágil, necesitada. Tenemos que salvarla.
La sociedad no ayuda. Hace poco, Mac Miller, un rapero estadounidense de 26 años, fue hallado muerto en su casa. Se cree que se trató de una sobredosis. Su historia con el abuso de sustancias psicoactivas era bien conocida. Aún así, medios como TMZ y muchos (demasiados) usuarios de redes sociales propusieron un enfoque mezquino: su muerte fue culpa de su exnovia, la cantante Ariana Grande.
Grande, que terminó una relación de dos años con Miller, en abril de este año, siguió con su vida y se comprometió hace poco con el comediante Pete Davidson. Eso, según estas versiones, causó que el rapero cayera en una tristeza tal que lo llevó a su muerte.
No fue la adicción a las drogas que llevaba cultivando durante muchos años. No. Lo que lo sepultó fue que Grande supo irse de una relación asfixiante y darse la oportunidad de una vida distinta.
Decirle a alguien que su ex se murió por haberlo dejado es condenar a todas las personas que están en relaciones tóxicas a claudicar su libertad por el temor a lo que haga su pareja. Es afirmar: sí, ustedes son responsables de lo que pase, incluso si están con alguien irracional, irreflexivo, sin voluntad o preso de enfermedades sobre las que ustedes no tienen control alguno.
Nadie tiene que cargar con una mierda así.
En mayo, Grande contestó a un fan que le reprochó haber “abandonado” a Miller en su lucha. “Me he preocupado por él, he tratado de apoyar su sobriedad y he rezado para que encuentre su balance, durante años, pero avergonzar y culpar a las mujeres por la incapacidad de un hombre para controlarse es un problema muy grave”.
Así es. Fomentar las narrativas «salvadoras» es ser cómplice de abusos emocionales, ayudar a que la gente atrapada en esas dinámicas dañinas no tenga escapatoria.
El mensaje para estas personas, para todos, debería ser radicalmente opuesto: huya y no mire atrás. Ya es lo suficientemente difícil lidiar con uno mismo como para esclavizarse con guerras perdidas ajenas.
Escríbeme una carta a jkrincon@gmail.com.
Esta columna fue publicada originalmente en Cromos.
La fotografía es de Kelly Sikkema en Unsplash.