Ojalá que no te acordés de mi

Mi muerte fue magistral, un espectáculo. No fue aburrida como la de aquellos que yacen en una cama y se despiden de este mundo entre sueños e incoherencias; ni tan poco climática como la de quienes son seducidos por la muerte, que les atraviesa una disparo en el corazón (cualquier similitud con el amor no es coincidencia).

Después de un violento forcejeo con el viento obtuvimos nuestra última victoria, penetramos las líneas del ejército gris que combatía con infalible determinación, y el avión, como recién nacido, saltó imponente para presenciar el paisaje más hermoso de todos: un desierto de nubes, con el viejo sol en el horizonte…yo sólo podía imaginarme, con sorprendente serenidad, cómo se vería la escena de perfil: el avión parecía una bailarina, dando la última voltereta antes de clavarse en un mar de eternidad; la pirueta perfecta delineando la curvatura del sol, la perfección del momento, la calma antes de la tormenta.

Todo estaba en un silencio perfecto, ni los pensamientos se escuchaban, todos mirábamos, nos deleitábamos con ese instante de perfección, parecía que el tiempo se hubiese sentado a observar ese momento con nosotros. Fue un instante, uno chiquito, que nos sirvió como la mejor de las despedidas, el mundo mostrándonos su belleza por última vez, por primera vez.

Y entonces el colapso. El inicio del fin, del gran final, la tormenta. Y vaya tormenta la que se desató.

Dios probablemente estaba mirando la escena, el mejor entretenimiento que su perversa creación presentaba esa tarde.

Las explosiones de los motores, dos, marcaron el inicio de la maravillosa y frenética música de fondo. Todos gritaban mientras sus pensamientos los atropellaban, pero eran gritos melodiosos, acordes con el momento. Un bebé empezaba a llorar. Otro le hacía coro. A mi lado respiraban agitadamente, contando los suspiros. Las pestañas sonaban, tenían un chasquido peculiar cuando se juntaban con la humedad de los ojos. Yo sólo sonreía, disfrutaba del vertigo en mi estómago, y, por supuesto, pensaba en ti. Caíamos libremente, o mejor, secuestrados por la gravedad.

En medio de ese perfecto caos no tenía otra opción que pensarte. Siempre fue así, desde el principio, tu empezaste siendo sinónimo de caos. Un caos que necesitaba, un caos redentor, un caos que me liberó.

Fuiste todo, pero FUISTE te canté a todo pulmón, pero aún yo no sé si me entendiste que te decía adiós…claro que lo entendiste, tu siempre lo entendiste, me conocías más de lo que dejabas ver, me leías. Sabías que no partiría, que sin importar lo que hicieras, estaría a tus pies.

Y no importó lo que hiciste. Y eso que hiciste de todo y de nada, y un poquito de algo.

Me rompiste el corazón, y cuando te lo dije, sonreiste, me besaste con esos labios tan tuyos y, sin mirarme a los ojos (nunca lo hacías cuando sentías lástima por mí adicción), me dijiste que me amabas, y que era todo para ti, y todas esas maricaditas que sabías que me gustaba escuchar.

Yo sabía que mentías, pero una cosa es saber y otra es creer, y en últimas son las convicciones las que mandan, las verdades absolutas. La verdad es indigente en este mundo tan lleno de ti.

Recordé, fugazmente, los momentos que pasamos juntos. Estaban un poco empantanados, y sospecho que mi imaginación se tomó libertades creativas para rellenar ciertos espacios nebulosos, pero no es tiempo de juzgarla. Al final, ¿qué es lo real y qué es lo imaginario? ¿por qué lo que soñamos, lo que imaginamos, no puede ser real? El tiempo se encarga de mezclar sueños, fantasías y realidades, y al final sólo queda un híbrido…lo que recordamos es nuestra vida, y todo puede ser alterado.

No hay mentiras, me enseñaste alguna vez, sólo decisiones.

Y yo decidí recordarte como mi salvación. Con el tiempo tu nombre se convirtió en sinónimo de muchas malas palabras, palabras graciosas, de sueños rotos y de esperanzas cruelmente asesinadas, pero también fuiste mi todo.

Y es que, verás, cuando siento que el punto final se acerca rápidamente, me doy cuenta de que sin tus cabronadas, sin el odio que produciste en mí, jamás hubiese disfrutado tanto los besos sinceros que plantabas en mi boca, y esos sueños que sembrabas en mi corazón, y esa silueta…

Tu silueta, mi único pensamiento antes del final. Bailabas bajo la luna, en la oscuridad, y tu cuerpo era un hechizo.

¿Te acordarás de mí? ¿llorarás? ¿turbará mi ausencia por un momento la hermosa estabilidad de tu caos? Sí, pensé esas preguntas, pero las deseché enseguida. También me enseñaste a no preguntar lo que en realidad no quiero saber.

Que hermoso es el océano, no hay mejor forma de terminar nuestra gran escena. No queda más para recordar, todos tienen los ojos perdidos, probablemente ya en el otro mundo –o en el pasado-. Oí por un instante sus pensamientos, sus palabras, sus incoherencias, su valentía, su falta de esperanza.

La chica con la cual crucé miradas antes de entrar al avión me está regalando sus ojos azules. Me dice adiós, me dice gracias, me dice amor, nos despedimos para siempre, con una mirada.

Deseaste que sucediera algo que me borrase de pronto, y yo siempre esperé que fuese un disparo de nieve el encargado de hacerlo. Pero, ya ves, hasta en el final se cumplió tu voluntad: fue una luz cegadora la que marcó el gran final. Y después sólo quedaban los créditos.

[Jkrincon Out]

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12 Comments on “Ojalá que no te acordés de mi”

  1. Mmm… Ahora entiendo, te considerabas la calma. «No hay mentiras sólo desiciones», entonces deberíamos agradecer las mentiras.
    Muy chévere, me pone a pensar 🙂
    Congrats, JuanCarlotis.

  2. Juan me gusto mucho lo q escribiste!!
    Definitivimente tus palabras son espléndidas,creeme q lo q escribes es placentero y tus escritos seran inolvidables como tú.! Te quiero muchooo…

  3. Ah parce, es como un homenaje este escrito en esa fecha en la que lo publicó.

    No deja de ser mi escritor favorito, no creo que algún día deje de serlo.

    Algún día, cuando todo amanezca al revés y le de importancia a lo que escribo, me uniré a esto.
    🙂

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