La decencia de Obama y su costo político
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Por Jkrincon
En mi familia la palabra «político» es grosería, una vulgaridad. Desde que tengo memoria me han dicho que los políticos son corruptos, groseros, unos depredadores desalmados que hacen lo que sea por mantener una imagen superficial. La política de ideales que vende nuestra educación elemental al hablarnos de democracia, me enseñaron, es puro opio para las masas, una ilusión.
Crecí y comprobé que, si bien no todos los políticos son despreciables, la política es un sistema que está diseñado para corromper. Nuestra democracia depende de besar c*los, sacrificar ideas, realizar favores y recibir dinero de dudosa procedencia que termina condicionando el plan a desarrollar una vez el candidato es elegido.
Y en Estados Unidos es lo mismo, incluso peor.
El sistema político es bipardista, es decir: o sós rojo, o sós azul, o sós nadie (con las contadas excepciones de unos cuantos independientes que logran llegar al congreso y a puestos inferiores).
A su vez, estos dos partidos son financiados por inversiones de cientos de empresas del sector privado, los denominados lobbyists. Es así como, por ejemplo, los republicanos reciben grandes donaciones de las empresas que apoyan el libre porte de armas, y los demócratas, ayudados por el millonario Al Gore, reciben donaciones de empresas del sector verde que necesitan un cambio en la política energética de USA para ver florecer sus negocios.
Las empresas pagan por la publicidad de los candidatos (la cual, eventualmente, se transforma en votos) para poder imponer su agenda una vez los políticos estén ejerciendo sus cargos. Siempre ha sido así, y parece que siempre será así.
Les cuento como funciona el sistema (siendo muy simplista, por supuesto) porque esa agenda de las empresas influye mucho a la hora de tomar las decisiones.
El senado del país del norte está diseñado para que un proyecto de ley tenga que pasar con 60 votos (de 100 posibles), por eso la organización que tuvo en el 2009 fue muy interesante: 60 demócratas y 40 republicanos. El partido azul tenía lo que allá llaman una «super-mayoría», un capital político muy importante que permitía a Barack Obama imponer su voluntad y sus proyectos.
Sin embargo, y siendo coherente con su actitud de siempre, Obama llegó a Washington con la promesa de buscar proyectos genuinamente bipardistas, donde republicanos y demócratas trabajaran juntos, como siempre ha sido la intención de nuestra democracia.
Su primer plan, y su prioridad durante su primer año de gobierno, consistía en una reforma radical del quebrado sistema de salud de su país. Obama pretendía crear un sistema universal donde se cubrirían a los treinta y pico millones de norteaméricanos que actualmente están sin seguro médico, además de bajar los costos de los sistemas de salud privados, mejorar el sistema de co-operación entre hospitales y arreglar un sistema que desperdicia gran parte del presupuesto del país.
Sorpresivamente, Obama cumplió su promesa.
Al darle voz a los republicanos, sacrificó varias de sus ideas originales, y a punta de concesiones quería tener un debate honesto entre ambos partidos. Lástima que los republicanos no tenían el mismo plan.
Verán, los republicanos sólo tienen un interés: regresar al poder y que la gente se olvide del fracaso de Bush, y planean obtener su meta a toda costa.
El partido empezó a organizarse para llamar a Obama un socialista (palabra que es una grosería en Estados Unidos), lo compararon con Hitler, dijeron que quería matar ancianos, que su plan iba a destruir todo lo bueno del sistema de salud, que el gobierno se iba a apoderar de todo y que había que temer. ¡Hasta el famoso Chuck Norris dijo que Jesús no hubiese nacido si el plan de Obama hubiese existido en aquella época!
El pueblo de Estados Unidos, siempre tan inteligente y tan fiel a sus políticos, empezó a sentir miedo, y rabia, mucha, mucha rabia.
En los consejos comunales se empezó a ver personas que gritan, que amenazan, que lloran, que balbucean palabras como «socialismo» u «holocausto» sin saber su verdadero significado. En Estados Unidos no había un debate, había caos total.
Y la estrategia republicana no se dentendría ahí.
En el congreso, los 40 senadores tenían una cosa clara: no votarían por la reforma de salud, sin importar lo que los demócratas digan. Y esa fue su estrategia. Empezaron a bloquear los debates, pedían que se leyera en voz alta el texto completo del proyecto de ley (de más de 1000 páginas) para perder tiempo, y todo lo hacían con una sonrisa cínica.
Pero Obama seguía haciendo concesiones, le pedía a sus senadores que hablaran con los republicanos, que encontraran la forma de obtener algunos votos del otro partido (votos que no necesitaban). Lastimosamente, esa decencia trajo problemas serios: los demócratas más radicales vieron como sus ideas (un seguro de salud financiado por el gobierno) se esfumaban de un proyecto que buscaba la aprobación de un partido republicano que no escuchaba razones.
Todo se complicó: no había unidad entre los demócratas (que necesitaban TODOS votar a favor del proyecto para pasarlo), los republicanos estaban unidos en el bloque del «NO», y Obama no quería imponer su voluntad ni traicionar su idea de que la política podía hacerse por las buenas.
¿El resultado? Un proyecto de ley (que actualmente está en la cámara de representantes donde tratan de unir la versión del senado y la versión de ellos) mucho menos poderoso que el originalmente planteado, un senado dividido, un país confundido y un sistema de salud quebrado.
Y las cosas se acaban de empeorar.
El senador Ted Kennedy (demócrata), un gran defensor de un sistema de salud universal, falleció el año pasado, dejando vacante su puesto en el congreso. Hace un par de días, en una elección especial de Massachusetts (el estado del fallecido senador), el partido republicano ganó otro puesto en el senado en una elección muy competida. Lo que más le duele a Obama es que los votos que terminaron impulsando al senado al candidato republicano provinieron de demócratas e independientes que están cansados de la falta de unidad en su partido, y del cambio que no ha llegado.
Ahora el proyectico que habían logrado pasar los 60 demócratas (hoy 59) está comprometido. Con 41 votos los republicanos pueden bloquear cualquier proyecto de ley que se les antoje, y conociendo su historia reciente (y su lista de contribuidores, principalmente empresas privadas del sector de salud que no quieren una reforma a un sistema que les ha permitido enriquecerse a costa de los gringos) sabemos que lo harán.
Ahora Obama tiene verdaderamente un congreso bipardista con el cuál tendrá que lidiar, y la oportunidad del cambio monumental que tenía el año pasado se ha esfumado.
El principal problema es que, mientras los políticos juegan a ver quien es más arrogante, los ciudadanos sufren, siguen sin seguro de salud, siguen enfermos, siguen entrando en bancarrota por no tener como pagar las cuentas médicas. Eso es lo más triste: para los de arriba es un juego, para los de abajo es la vida entera.
Vienen tiempos difíciles para este presidente idealista, y todo causado en gran parte por su decencia.
Un hombre puede empezar una revolución, pero el sistema es demasiado poderoso. Quedan 3 años, vamos a ver que logra sacar este presidente que considera que el fin no justifica los medios. Y ese pensamiento es, de por sí, un enorme cambio en un sistema podrido.
Amanecerá y veremos.