Las últimas palabras
Hace mucho no encontraba el tiempo necesario para escribir, y creo que soy víctima de ese abandono al espejo –porque, no sé si lo sepáis, pero el mejor espejo del alma son las palabras, escribir es como dibujar nuestro propio reflejo, sólo que un poco más elaborado-.
Las palabras, que antes nacían como crías de conejos, encuentran hoy problemas para lograr que unas cuantas letras se junten, voy a paso de tortuga, según parece, el tiempo deja estéril hasta a las palabras…¿habrán inventado el viagra para los novelistas?
Apuesto a que nadie se preocupa por la suerte de estos pobres infelices, y no los culpo…es decir, ¿cómo pretender que ellos entiendan una impotencia que sólo se conoce al haberle dedicado toda una vida a las palabras? Miento, se le puede dedicar toda una vida a las palabras y no terminar estéril, se necesita más que eso, se necesita haber probado de todo.
Es algo similar a lo que pasa con el hombre: los que llegan acostados a sus años de madurez han recorrido un camino de vicios y extra-limitaciones que terminan por desgastar su cuerpo (y, especialmente en este caso, su virilidad).
Por eso es que sólo algunos escritores ven como sus palabras pierden fuerza y a las letras les cuesta encontrar coherencia (¡y ni pensar en exigirles pasión!). Para llegar a ese punto de impotencia, hay que pasar por todos los vicios que un prepotente como yo ha probado: la escritura automática, la poesía (con rima, sin rima, consonante, disonante, romántica, realista, dedicada, asesina, alejandrina y sin orden aparente), la política (que se empieza a escribir con la izquierda pero pone al lado derecho del cerebro a funcionar), la novela (larga, corta, en trilogía, en servilletas), el cine (guiones vendidos, otros quemados y otros plagiados), los blogs (de actualidad, de historicidad, de relevancia, de irrelevancia), y, finalmente, el porno meta-físico.
Cuando se llega a la última etapa es el momento crítico: el autor se percata de que todas sus palabras han estado plagadas de un erotismo oculto, de una perversión latente pero altamente ignorada…y es entonces, cuando se decide a explotar su verdadero potencial, cuando, armado con sus experiencias, se dispone a escribir el libro por el cuál vino a este mundo, que sus palabras se vuelven impotentes. Y ni modo pedirles que se masturben.
¡Que manada de blasfemias las que acabo de pronunciar! ¡Ah! (aquí, en otros tiempos, encontraría la perfecta figura literaria para introducir un suspiro, pero cómo esos tiempos ya pasaron, sólo me queda agregar este paréntesis –suspiro-) ¡Como extraño mis antigüas palabras, esas que tanto desprecié! Eran tan ingenuamente punzantes, tan profundas en su sencillez, tan claras en su decencia, tan ilusas como quién las escribía.
Pero supongo que eso también se perdió…sería fácil culpar al viento, maldicerlo y repetir las palabras de muchos otros que han pretendido detenerlo, pero el mismo tiempo me ha enseñado que eso sería inútil.
¿Entonces, se estarán preguntando, para qué escribo estas palabras? ¿Para qué hago el esfuerzo de juntar letras si tengo nada para decir? Sencillo: ¡porque alguién tiene que decir nada!
¿En qué momento descuidamos el placer de la nada? Le damos mucha importancia a lo importante, lo relevante, descuidamos el silencio de una noche tranquila, descuidamos lo maravilloso que es perder nuestra mirada en el mundo, mirar sin mirar, simplemente estar.
¡Y es que al final todo es nada! Lo que mata al libro no es la última frase, sino el vacío que sigue al último signo. Así es con la vida, al final no queda nada de lo que hay atrás, no hay chance de volverlo a leer, de repetir hazañas, de disfrutar más esos momentos donde simplemente se describía el ambiente, de alargar nuestro tiempo.
¡Y yo me dí cuenta de esto al final de los tiempos! Pero no importa, sólo quería recordar el placer de juntar letras, de formar palabras y de hablar incoherencias. Pues, verán, lo que acabo de escribir puede no tener mucho sentido, pero eso ya no importa. Lo que importa es saber que, incluso en la muerte que acompañará al último punto de este párrafo, fuí feliz por un momento…asi fuese escribiendo incoherencias acerca de nada.
¡¡¡TE AMO!!! «terminan por desgastar su cuerpo (y, especialmente en este caso, su virilidad)» ¡Sublime!
🙂 Gracias por leerme, Juli.