Un beso no es un crimen

Por Juan Carlos Rincón Escalante
Un beso no es un crimen. Un beso es un beso. Parece obvio, pero la semana pasada un policía intentó retener a una pareja por besarse en un parque. Adivinen: ¿la pareja era homosexual o heterosexual?
Acertaron. ¿Y saben por qué? Porque nadie conoce un caso de una pareja heterosexual siendo retenida por darse besos en público. Cuando mucho habrán recibido el siempre coqueto “páguele cuarto”, pero jamás un reclamo formal, y menos una amenaza policial. Las parejas hetero que se besan en los centros comerciales y en las universidades y en los parques y en los bares y en todos los espacios públicos pasan desapercibidas.
Así debe ser. Rumbiarse en público no es sólo una inocente (y no tan inocente) demostración de afecto, también tiene connotaciones sociales. Quien se besa en público está construyendo su identidad en el espacio que, por ser de todos, también es de cada uno de nosotros. Es afuera de la casa que nacen la mayoría de nuestras relaciones, que ponemos a rodar nuestra personalidad, que evolucionamos y que nos sentimos validados como personas. Porque afuera existe la calle, existe el mundo.
Pero el 30 de julio del 2014 a un par de hombres que se estaban besando les negaron el privilegio de ser libres. Una señora se quejó de ellos y la policía, siempre comprometida con lo que en verdad importa, los iba a llevar a la UPJ. ¿El motivo? Atentar contra la moral y las buenas costumbres, que es una forma linda de decir: “no queremos maricas en público”.
El prejuicio es claro cuando cambiamos los papeles: si hubiese sido una pareja heterosexual, la señora hubiese seguido su camino. Y antes de que pregunten, no, el beso no era “obsceno”. Aunque lo hubiese sido, y aunque usted de verdad piense que un beso puede atentar contra la estabilidad moral de nuestro país, la sanción es desproporcionada y motivada por el miedo a lo “diferente”.
Hace unos meses, otra pareja del mismo sexo fue acorralada por guardias de seguridad y echada del centro comercial Avenida Chile. Hace una semanas, un hombre gay fue asesinado en Valledupar. Estos son síntomas de un país enfermo de homofobia. Y eso que ya se reconoció a la primer víctima homosexual del conflicto armado, y eso que el Consejo de Estado se unió a la Corte Constitucional al afirmar que las parejas del mismo sexo pueden formar familias.
El problema es que la violencia, además de la obvia que deja muertos, viene de los lugares menos esperados: de las señoras que caminan por un parque y se asquean por lo que no entienden, de los curas que comparan a los hijos de parejas homosexuales con los niños usados en la guerra. Esos discursos que “toleran” (nunca “respetan”) siempre y cuando las personas LGBT se vuelvan invisibles, son los que crean un contexto donde un policía cree que es justo apresar a una pareja dándose un beso en un parque, donde un asesino cree que “limpia” la sociedad al matar homosexuales.
Ese prejuicio que mata y justifica la muerte es el verdadero atentado a la estabilidad moral de la nación. Para combatirlo, empecemos por algo sencillo: dejemos que la gente se rumbee en paz.
Este pais esta lleno de personas con muchas creencias absurdas, siempre nos han querido inculcar valores y eticas que al momento de aplicarlas se les olvida todo aquel. La frase mas sencilla y que nunca se me podra olvidar es la del pongase en los zapatos del otro, haber si es muy chevre que se lo hagan a uno
En Colombia, somos hijos de nuestras creencias; no de nuestra cultura, de nuestra educación o el respeto por la diferencia, como debiera ser. Colombia vive en el pasado, en lo que nos ha inculcado la religión católica, y lo que inculcan, ahora, las iglesias cristianas o evangélicas; que resultaron más sectarias, anacrónicas y conservadoras que la religión católica. Pues algunas de ellas consideran el homosexualismo como una aberración, un pecado, una cosa del diablo. Estamos a años luz en cultura y grado de civilización con otras sociedades y naciones. El prejuicio es la norma para juzgar la diferencia y aceptarla. Pobre nuestra sociedad donde reina la mojigatería y el puritanismo tiene sus trono asegurado.