«Sí podemos, pero…»

Por Jkrincon

«¿Somos las personas que estabamos esperando…?» pregunta Jon Stewart, con una sonrisa triste en su rostro, «¿o aún estamos esperando a que aparezcan?»

La pregunta, más allá de ser una burla hacia las promesas de campaña del presidente Obama («el momento es ahora, es tiempo de cambiar la página y empezar a escribir nuestro propio pedazo de historia» diría el entonces candidato), era una manera cariñosa de expresar la decepción de millones de personas. Las palabras de Stewart tenían un eco poderoso.

Mucho ha cambiado desde que Obama se posesionó como presidente, pero no de la manera que todos esperábamos. La entrevista con Stewart es una clara muestra: hace dos años se encontraron en el mismo lugar, pero el ambiente era radicalmente diferente. Obama reía, Stewart bromeaba y una esperanzadora jovialidad se podía sentir. Dos años después nos encontramos con un Stewart crítico y decepcionado, y con un Obama serio, sin humor para chistes.

Obama es víctima de sus ambiciones. Es cierto que el cambio no llega de un día para otro, pero la conexión entre el presidente y los ciudadanos se perdió en algún momento. Esa sensación de esperanza, de sí podemos, se fue marchitando con el tiempo. Y es que, cómo dice Stewart, nuestros problemas son complejos, y nuestras soluciones imperfectas, pero vender ese mensaje es mucho más complicado.

El caso, no es, que Obama no haya hecho nada. Ha hecho más de lo que podría esperarse de un presidente novato. Gracias a él 30 millones de estadounidenses tienen ahora seguro médico; gracias a él las aseguradoras no le pueden negar el cubrimiento a las personas que ya están enfermas; gracias a sus estímulos las empresas automotrices gringas se levantaron de sus cenizas y están reportando ganancias; gracias a sus decretos la investigación científica está siendo respaldada nuevamente; gracias a él y su política exterior la guerra en Iraq está terminando, y la de Afganistán tiene un fin programado (claro que faltará ver si lo cumplen); gracias a él ahora hay una institución encargada de regular las desventajas entre Wall Street y el resto de ciudadanos, para así prevenir desastres cómo el de 2008; gracias a él Palestina está más cerca que nunca a ser reconocido como un estado. Y podría seguir.

Por supuesto, hay críticas para hacerle. Muchas. Sus reformar fueron tímidas, como lo dijo Stewart, comparándolas con lo que se prometió. Pero aún así son reformas monumentales. Y más si se tiene en cuenta que, a pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca, recibió una oposición implacable de los Republicanos. Y por implacable en realidad quiero decir estúpida e hipócrita. Un senador llegó a decir que sería genial que se hundiera la reforma a la salud porque sabotearía la presidencia de Obama (ojo, no porque sería malo para el país, sino porque sabotearía a Obama).

Parece que el único puesto en el que te remuneran por no hacer nada es el de congresista gringo. Después de que los Republicanos dijeron que no a la enorme mayoría de los proyectos del legislativo (hasta tumbaron una ley que pretendía darle ayuda médica a los bomberos y policías que estuvieron ayudando en la tragedia del 11 de septiembre), el día de ayer obtuvieron una enorme victoria. Recuperaron la mayoría en la casa de representantes, y disminuyeron la enorme mayoría que tenían los demócratas en el senado.

¿Y por qué? Porque vender un mensaje de caos es mucho más fácil. Los números de desempleados están muy alto (a pesar de que el sector privado ha generado nuevos empleos por casi un semestre de corrido), y eso es lo único que le importa (con justa razón) a los votantes. Es más fácil culpar a quién está a cargo, y por eso regresaron corriendo a los Republicanos, que prometen cortar los impuestos y reducir el gasto nacional. ¿Cómo lo van a reducir? Ninguno de ellos lo sabe (y no lo digo yo, lo dicen ellos que se han quedado callados ante esta pregunta en varias entrevistas)

Ahora tienen una gran responsabilidad en sus manos, pero las cosas no parecen cambiar. Boehner, el líder Republicano en la casa de representantes, dijo que es necesario repudiar la reforma a la salud porque el sistema gringo es «el mejor del mundo». Si el mejor sistema de salud del mundo es uno que deja atrás a 30 millones de norteamericanos, le niega la posibilidad de curarse a quienes están enfermos, y ha dejado en la bancarrota a cientos de miles de personas, no me quiero imaginar al resto de sistemas en el mundo.

Es una derrota clara para Obama, pero aún no es tiempo de enterrarlo. Los Republicanos ganaron porque los votantes de Obama, decepcionados, se quedaron en sus casas. La emoción del 2008 está ausente, pero se puede recuperar. Algo similar le sucedió a Bill Clinton antes de ser reelegido y dejar a Estados Unidos con un superávit (que luego Bush dilapidó en guerras innecesarias y otras cuantas barrabasadas más). Las elecciones, después de todo, son muy manipulables, son la foto de un momento, y es difícil tener una visión a largo plazo cuando hay tantos mensajes de caos y tragedia alrededor.

Obama, en la campaña para estas elecciones, tenía una metáfora muy pintoresca: los Republicanos fueron quienes estrellaron el carro (durante los 8 años de la era Bush), y ahora quieren las llaves de nuevo. Las han recibido, y ya no pueden seguir siendo el partido del no. Lo triste es que en la política no hay tiempo de prueba. Parece un juego, pero es un juego del cual la vida de millones de personas depende. Serán dos años difíciles para Obama y para el pueblo norteamericano.

«Sí podemos, pero…» dijo Obama, causando la risa de Jon Stewart y el público de su show. Su mensaje era que no podemos dejar de luchar por el cambio, dejar de celebrar los triunfos que hemos tenido, y no podemos descuidar la meta a largo plazo. En dos años no se puede arreglar lo que se dañó en ocho. Ahora tiene dos años más para recuperar la esperanza y la emoción del pueblo gringo. Esperemos a ver si puede.

Fotografías: United States Government Work

Publicado originalmente en Censurados: Cero

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