Un pequeño relato
El Kokoriko de la Avenida diecinueve con cuarta (?) es uno de los tantos locales que decoran ese caótico espacio de la ciudad. Se encuentra en la esquina de la cuadra, y desde allí se puede ver la manera en que buses, busetas, taxis, policías y carros particulares hacen maromas para no chocarse entre sí -y no matar a algún transeúnte-.
He almorzado allí los últimos dos miércoles. No he tenido mucha suerte con la comida, pero me encanta el ambiente del lugar. Unas enormes ventanas me permiten ver el caos de la 19 mientras me siento, cómodamente, a esperar mi almuerzo.
Todas las personas caminan rápido, serias, perdidas en sus problemas. El miedo, en algunos, es notable. Los estudiantes se aferran a sus mochilas, y sus ojos identifican los posibles asaltantes; los vendedores ambulantes gritan y se mueven para llamar la atención de sus posibles clientes; los indigentes ruegan por un minuto de atención; la policía patrulla descuidadamente.
Mis ojos, aquella vez, se concentraron en un señor. Tendría unos cuarenta años, y su perfil era amenazador. Trabajaba frente a Kokoriko, era el encargado de atraer clientes a un lugar donde vendían dulces y cigarrillos. Me asustó su ceño fruncido, y el hecho de que se moviera tanto de un lado para otro. Quiere atracar a alguien, pensé, y mi estado de ánimo cambió. Lo tensionante de vivir en Colombia es el estado de alerta que es recomendable tener. Desconfiar de todos es, en últimas, temerle a todos.
Mientras lo observaba caminar, su actitud cambió por completo. Empezó a mover los brazos como si estuviese rapeando, y sonrió. Su sonrisa era enorme, contagiosa. El hombre cantaba a todo pulmón. Yo, por supuesto, no lo podía escuchar porque nos separaba el vidrio de Kokoriko, pero por sus expresiones era fácil saber que estaba cantando, y que estaba muy feliz.
Al mismo tiempo, mágicamente, hojas de los árboles empezaron a caer. El viento las dirigía, lentamente, al piso. Caían en la calle, en la acera, cerca a las personas.
Y yo estaba allí, hechizado, viendo un cuadro de película. El hombre sonriendo y cantando, las hojas cayendo y adornando un paisaje usualmente desolador, y el resto del mundo frío, siguiendo su camino sin darse cuenta del espectáculo.
Quería compartir con ustedes ese momento. Un pequeño instante de magia que me ayudó a sobrevivir una semana pesada. Estén despiertos, la belleza aparece de repente para quienes se toman el tiempo de observar.
Hojas cayendo… :’)
La magia del momento
Me encanta