High-Rise: el caos nostálgico

Por Juan Carlos Rincón Escalante
High-Rise arranca con el doctor Laing (un excepcional y fascinante Tom Hiddleston) cocinando a un perro para comer, en un balcón precioso, pero en un escenario que parece postapocalíptico. La película, dirigida por Ben Wheatley y escrita por Amy Jump, inmediatamente retrocede tres meses para mostrarnos al mismo doctor entrando por primera vez a un edificio gigante (uno de cinco) a las afueras de Londres, pero todo está perfecto. Lo que sigue es la historia de cómo todo se desmadra.
Basada de manera fiel en un excelente libro de JG Ballard (según dicen en The Guardian y en Roger Ebert), High-Rise construye un escenario distópico típico de las críticas sociales que solían construirse en la ficción de los años 70 y 80: un escenario dividido por clases sociales, donde los más necesitados están en los pisos inferiores y sufren constantemente cortes de luz, pasando por los de clase media alta (el doctor Laing incluído) hasta llegar al último piso, donde vive el arquitecto (interpretado con facilidad por Jeremy Irons), de apellido Royal (realeza, en inglés, como si fuese necesaria más sutileza), una especie de dios que todo lo supervisa y, aún así, todo se le escapa de las manos.
La historia, sin embargo, no es lo más interesante de la película. De hecho, concuerdo con la reseña del New York Times en que es una película aburrida pese a que está llena de caos y ocurren muchas cosas. Y aún así, hay algo que la vuelve fascinante, que atrapa y no suelta durante las casi dos horas de duración.
Son las imágenes que construye a lo largo de la cinta lo que más recuerdo. Wheatley, ayudado por un excelente diseño de escenarios y colores vivos que contrastan con lo árido del mundo alrededor, sabe retratar la desazón y el desenfreno y el resentimiento que motivan a todos los personajes. Ayuda, además, que el elenco se ve entretenido y está lleno de talento, además de que dan ganas de mirarlos y quedarse mirando. (Curiosamente, no vi ninguna persona afro, ¿querrá decir algo con eso High-Rise o acaso consideró que meterle raza a una película ya cargada por la guerra de clases era demasiado sermón?).
La incoherencia de la historia le resta fuerza a la crítica social (en algún momento una de las mujeres del piso de arriba exclama sobre su criada: «como toda la gente pobre, está obsesionada con el dinero»), y el movimiento de la cámara, así como el uso de la música y de las narraciones de Laing, dan la sensación de que Wheatley no estaba tan interesado en hacer un punto político (aunque la película termina con un fragmento de un discurso de Margaret Thatcher), sino en retratar con cierta nostalgia el caos propio que surge cuando las sociedades se descomponen. En eso es exitoso y High-Rise es una experiencia que, si bien no es imperdible, merece una oportunidad, incluso si es sólo por las imágenes. Pocas veces he visto a la destrucción ser filmada con tanta reverencia.
Puntaje: 3.5/5
Veredicto: Vale la pena disfrutarla como una experiencia de placer estético. Si busca crítica social, hay mejores películas sobre el tema.