El negocio de «ser bueno»

Homeless

(cc)Franco Folini

Tranquilos, los ladrones no traen harapos ni huelen mal -como yo-. Los ladrones visten de traje y huelen a colonia fina.

Indigente Bogotano

Me siento triste. Te lo digo a ti, mi público fantasma, pues necesito decirlo en voz alta, o por lo menos, plasmarlo en un escrito. Porque soy de esos ilusos que cree en el poder de las palabras, con cada artículo que publico tengo la esperanza fugaz de mejorar el mundo, de crear y generar nuevas ideas, de invitar a pensar…mis palabras son mi única arma contra este mundo de desigualdades y atrocidades, mis palabras son mi integridad, ese pequeño espacio que nos queda -que es nuestro- y que nos permite seguir con la cabeza en alto.

Me duele pensar en como hemos sacrificado nuestra integridad a través del tiempo. El dinero, la guerra, el poder, el éxito, la fama…palabras que se sientan cómodas en la cima de la jerarquía de nuestros significados, mientras que en el fondo se oxidan palabras de cuentos infantiles -solidaridad, respeto, tolerancia, prójimo, hermano, parcero, humano, salud, educación, igualdad, sinceridad-.

Como sociedad nos jactamos de nuestros avances en el reconocimiento de los derechos humanos, de como hemos aprendido que el racismo es malo y que todos somos iguales…abundan los libros, artículos, películas, historietas que nos recuerdan que hemos evolucionado, que somos buenos, que somos mejores que el pasado -mejores, como si esto fuera una maldita competencia. «Mejor» es un eufemismo para ocultar que nuestro pasado es una mierda, pero nuestro presente no se salva-. Hasta tenemos una Organización de Naciones Unidas, donde toda la comunidad internacional celebra lo civilizados que nos hemos vuelto -pero, eso sí, en el momento en que alguno de los poderosos empieza con el capricho de salvar al mundo, olvídense de la Carta y de los procedimientos establecidos-.

Pero, la [triste y aberrante] verdad es que hemos fallado como sociedad. En la búsqueda de la globalización y del libre mercado, hemos privatizado hasta nuestras almas -¿qué multinacional es la encargada de distribuir tus pensamientos?-. En el juego del dinero, de quién tiene más, de quién sabe negociar, de quién puede ahorrar costos, de quién puede generar millones y millones de dólares/euros, nos hemos olvidado de nuestra integridad, de esos principios básicos que están plasmados en todos lados pero que nadie ha querido comprender -pero eso sí, todos los recitan, hasta los políticos [usualmente los más idiotas de nuestra sociedad]-. Ayudar al otro es un préstamo que debe tener interés y traernos ganancias, incluso dar una sonrisa se ha vuelto muy costoso.

Eso es a lo que quiero llegar: ayudar es un negocio. Todos tenemos derecho a la vida digna siempre y cuando tengamos con qué pagarla.

Dos pilares tan fundamentales en la vida de cualquier ser humano han sido prostituidos, comercializados y privatizados: la educación y la salud. ¿Cuanto cuesta una idea? ¿cuanto cuesta un cuerpo saludable? ¿cuanto cuesta una vida? ¿cuanto cuesta un futuro? ¿cuanto cuesta la esperanza?

En algún momento de nuestra revolución de los derechos humanos, se nos olvidó que el gobierno está diseñado para brindar las necesidades básicas del pueblo, y lo convertimos en una empresa que ve a su pueblo como un número, que en la búsqueda de agilizar costos es capaz de hipotecar hasta el palacio de Nariño.

En la búsqueda de la eficiencia, de la reducción de costos y de la creación de capital, le pusimos un precio a la vida humana. Los doctores tienen una lista de medicamentos que no pueden recetar por ser inadecuados -muy costosos-, los profesores deben simplificar sus enseñanzas al máximo para que los -brutos- niños colombianos no pierdan el año y las cifras del gobierno no se vean manchadas.

Y yo entiendo a los políticos: prefieren a una población ignorante y enferma, de este modo no hay peligro de revoluciones, o de personas haciendo las preguntas peligrosas. Pero los políticos no son los que mandan…somos nosotros.

Pero no hemos hecho nada, ni lo haremos, por una sencilla razón: somos parte del juego. Queremos tener más dinero, queremos subir en la escala social, por eso no hay tiempo de escuchar a los desplazados, ni a los indigentes, ni a los enfermos, ni al vecino, ni al amigo en problemas. Sí escucharte no me va a traer algún beneficio, estoy perdiendo mi tiempo contigo.

Hemos progresado a sobremanera, pero en el proceso perdimos uno de los aspectos más hermosos de ser humano: tratarnos como hermanos. Eres persona si tienes el dinero suficiente para bañarte, para estar bien alimentado, para tener ropa limpia…si no cumples esos requisitos mínimos eres un indígente, un hampón, y estás condenado a que bajemos la mirada cuando sintamos tu presencia.

¿Por qué, humanos, por qué bajamos la mirada? Por miedo, pero no miedo a que nos atraquen, o a que nos arrebaten nuestras posesiones, sino miedo a ver en ese individuo -que se supone inferior a nosotros- un poco de nosotros, un poco de humanidad, un poco de bondad con la que no contamos…tenemos miedo porque sabemos que en este mundo de progreso, hay una gran posibilidad de que terminemos como esas personas que piden misericordia.

Tenemos miedo a reconocer que somos iguales, y que lo único que nos diferencia es suerte…es que la maquinaria que mueve el mundo no nos ha atropellado…aún. Y para reconfortarnos le seguimos el juego a todo, ahorramos el dinero, conseguimos amigos por interés, negamos prestamos a quién en realidad los necesita, escondemos la mano cuando se nos acercan los desechables, lamboneamos a nuestros jefes y abusamos de nuestros subalternos…

Y así seguiremos, la maquinaria no se detiene. El club de los pobres se seguirá nutriendo de nuevos indigentes, y el club de los ricos se volverá cada vez más exclusivo.

El dinero no compra amor, y nunca comprará amor, pero eso no lo hemos entendido. Pensamos que el dinero compra más dinero, pero en últimas el dinero es sólo papel, es sólo un número en un banco que con los años pierde más su valor…

Y nosotros seremos atropellados porque invertimos nuestro dinero en donde no debíamos…invertimos el dinero para obtener más dinero, y caemos en un circulo vicioso, y nos olvidamos de que el dinero es un medio no un fin…es un medio para comprar comida (y compartirla), para pagar educación (y educar), para mejorar nuestra salud (y la de los demás), para salir a pasear, para una cita romántica, para un domingo en familia, para una fiesta con los amigos, para ayudar a quién más lo necesita, para regalar la esperanza de una sonrisa…pronto tendremos mucho dinero pero muy pocas personas con quién compartirlo…y cuando miremos atrás nos daremos cuenta de que hemos sacrificado nuestra felicidad por un número…

Y el indigente tenía mucha razón. Los ladrones no visten con harapos, ni huelen sucio. Los ladrones vestimos de traje, olemos rico, tenemos un futuro prometedor y un seguro de salud que nos cubre de cualquier peligro, los ladrones escribimos artículos y los leemos, los ladrones somos todos, pues nos hemos robado la integridad.

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2 Comments on “El negocio de «ser bueno»”

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