«Lástima que los mataron»
Por Juan Carlos Rincón Escalante
Colombia es una promesa sin cumplir. Más allá de las disputas ideológicas sobre cómo dirigir nuestro país, siempre ha existido un deseo (muchas veces escondido en el silencio del temor) por tener una Colombia donde se pueda discutir con franqueza, sin miedo, y donde se pueda construir futuro sin tener que arrodillarse ante la corrupción.
Ese sueño, sin embargo, se ha tenido que enfrentar a un país que resuelve las diferencias con sangre. Por eso, al mirar atrás, vemos pequeños focos de esperanza que terminan en lo mismo. Gaitán prometió romper con el hipócrita elitismo de las clases dirigentes pero nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. Muchos periodistas, sin nombre pero con mucho coraje, se desaparecieron mientras el Gobierno de turno abusaba del estado de sitio perpetuo en el que vivía Colombia. La UP, izquierda que abogaba por un país en paz y con espacio para todos los partidos políticos, fue aniquilada. Galán y cientos de concejales, alcaldes y jueces, personas que le apostaban a la institucionalidad como fundamento de nuestro país, también fueron silenciados. Jaime Garzón, quizás el más sincero de todos, aquel que entre tanto murmullo se atrevió a denunciar, gritando, el secuestro sistemático de nuestro país, lleva doce años enterrado. A quienes sobrevivimos sólo nos queda repetir una frase que resume la historia colombiana: “lástima que los mataron”.
Lo que no ha muerto, ni morirá, es ese deseo por un país libre, honesto. Por eso la “ola verde” se expandió más allá de Bogotá, y demostró que hay un enorme número de personas soñando con un país donde la vida se respete y la corrupción no sea la norma sino la excepción. Por eso Colombia esboza una pequeña sonrisa cada vez que la justicia desmantela redes institucionales construidas sobre asesinatos y dineros del narcotráfico. Son pequeñas señales de que, tal vez, aún podemos construir.
Recae sobre nuestra generación materializar, por fin, esas aspiraciones. Los retos nos son fáciles: quienes abogan por una discusión abierta siguen siendo víctimas de persecuciones provenientes del Estado y de particulares. No los han asesinado, pero sí han logrado acallarlos. Más allá de la capital, y de las grandes ciudades, hay un país que sigue a la merced de redes de políticos y narcotraficantes que imponen la ley del más fuerte, del más corrupto. Será nuestra labor darle libertad a los idealistas en Norte de Santander, Arauca, Chocó, Amazonas, y en todos los rincones del país que deben bajar la cabeza frente a “los señores” del territorio. Nuestro grito de independencia nacerá en el centro del país, pero nuestro futuro se construirá en las batallas que demos para retomar el resto de Colombia.
Ser colombiano es ser soñador. Ahí yace nuestra fuerza, nuestro optimismo, nuestra esperanza. Debemos construir una historia nueva para que, cuando nuestros nietos nos estudien, no tengan que decir “lástima que los mataron”. Mejor que sonrían y repitan, de corazón, el derecho fundamental que Jaime Garzón quería que todos nos aprendiésemos: “Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente”.
Artículo publicado en el periódico Al Derecho.
Que viva la libertad
que se haga la libertad, en mi tierra como en la tuya
Ojalá.
Excelente artículo, en especial el final. Los colombianos somos soñadores con talentos natos a los que las fuerzas internas del país bloquean en su juventud, resignando a la mayoría a ser simples habitantes conformistas en su adultez, sin ejercer su papel como ciudadanos en las ciudades y el país. La muestra más clara es un colombiano fuera del país. Tenemos estrellas del fútbol europeo, la mejor ciclista de BMX del mundo, el distinguido PhD a nivel mundial en el campo de la Neurociencia Rodolfo Llinás, el bailarín estrella del Royal Ballet de Londres Fernando Montaño, oriundo de Buenaventura. No hay campo en el que un colombiano no se destaque por fuera. Hasta la mejor bandeja paisa la hé comido en Barcelona y la mejor agua de panela en New York. Cualquier colombiano, con la conciencia limpia y el profundo deseo de progreso, es el mejor en lo que hace. Somos un gran diamante en bruto al que no han querido, ni les conviene, dejar prosperar.