Tristeza

Por Juan Carlos Rincón Escalante

A veces siento que me voy a desmayar de la tristeza.

La desazón me aprieta el pecho y me cuesta respirar. Las piernas me tiemblan, se me dificulta caminar, experimento una debilidad generalizada en todo el cuerpo. La mente me pesa (¿o es la cabeza?) y no puedo concentrarme en el presente, o lo que intento entender como que es el presente. Mis pensamientos se disparan de aquí para allá sin rumbo fijo, sin elocuencia, sin que pueda decir que es que estoy reflexionando sobre algo importante o útil. Mi vida se convierte en una serie de imágenes inconexas: Juan se despierta; Juan trabaja; Juan está en trancón; Juan está corriendo; Juan está bañándose; Juan está intentando dormir; Juan no se está pudiendo dormir. Pero, en ausencia de una mejor analogía, no estoy en ninguno de esos momentos. Tampoco logro enlazarlos, construirles una narrativa.

Pierdo tanta energía mental en interrumpir el odio que me tengo dentro de mis pensamientos… A veces sólo dejo que los insultos que me digo anden a su antojo por los recovecos de mi mente; que me abrumen con su autoritarismo. Sucumbo con resignación a la propaganda de la parte de mi ser que me detesta sin razón (aunque siempre con muchas razones). Mi piel, mi cuerpo, mi estupidez, mi timidez, mi andar, mi falta de disciplina, mi exceso de disciplina, cualquier cosa se convierte en la herramienta para destruirme, martillarme. Al final, en todo caso, termino con un cansancio que no se va jamás.

Lo frustrante es que he hecho todo lo que se recomienda. A pesar de lo difícil que es levantarme cada mañana, he podido tener un buen trabajo. Hago ejercicio. Como bien. Me visto bien. Me he arrastrado a mí mismo a terapeutas y he soportado sus estupideces y prejuicios y precios ofensivamente altos. Me tomo mis pastillas. Mantengo contacto con gente que me quiere. Les doy razones para quererme. Les regalo mi corazón cada vez que los escucho. Grito cuando siento que la tristeza se me sale de control. Pido ayuda. Leo sobre la depresión y la ansiedad y los trastornos mentales. He leído tantas veces el primer capítulo de El demonio de la depresión (de Andrew Solomon) que podría recitarlo. Hasta he escrito un potencial librillo ilustrado con una serie de consejos para que la tristeza no te ahorque.

Pero siempre me encuentro en este punto de nuevo, en el desespero desolador de no poder hablar nada productivo con nadie. Veo la frustración de quienes me quieren: sus rostros se homogeneizan cuando todos llegan a la conclusión de que no saben qué hacer conmigo (o, mejor, qué hacer por mí).

Entonces hago lo que he hecho desde la primera vez que descubrí la experiencia mística que es ver cómo los dedos oprimen un teclado y producen letras. Vuelvo a escribir. A dejar que las palabras carguen conmigo un poco el peso; a publicar para que otras personas que se sienten como yo vean que no están solas, aunque no es mucho el consuelo que da saberlo.

Sin embargo, esa también es una avenida peligrosa. Escribir sobre la tristeza es un hoyo negro que me absorbe toda la creatividad. No dejo de pensar en describir lo que siento, en repetirme una y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra vez. Ya conozco las aristas del problema: hay mil maneras de pedir auxilio gritando, de decir que el abismo tiene cantos de sirena que son muy persuasivos. Aunque me han dicho que los escritores suelen siempre volver sobre lo mismo (pienso en David Foster Wallace… siempre en David Foster Wallace), yo no quiero retornar voluntariamente a mi depresión.

Quisiera que mi mente dejara de intentar matarme.

Además, no importa las veces que vuelva porque siempre me estrello con el mismo muro. Se acaban las palabras y el horror persiste.


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La fotografía del artículo es de Jesse Bowser en Unsplash.

6 Comments on “Tristeza”

  1. Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, al leer el título por primera vez imaginé un contenido romántico e idílico de la humanidad algo así como la utopía de Tomas Moro, no se sí has tenido oportunidad de leerlo antes, pero te comparto que me he encontrado con un libro futurista más cercano a la ciencia ficción con una visión de una sociedad estéril y estereotipada, es decir, una versión muy allegada a nuestra sociedad actual lo cual llega a ser ciertamente triste y deprimente, más teniendo en cuenta que es un texto que data de 1932. Sí bien Huxley plantea una sociedad sin familia, sin guerra, sin pobreza, sin raza, sin avance científico y peor aún sin literatura, su cosmovisión pesimista de los futuros acontecimientos no dista mucho de la actualidad aún cuando hay familias, guerras, avances científicos y literatura….

    Te preguntaras el porque de está introducción y más aún cuando soy una completa desconocida, debo decirte que me sentí muy identificada con tus palabras y no veo mejor forma de exteriorizar aquellos pensamientos rumiantes que escribiendo, puesto que ya llevo bastante tiempo con un latente inconformismo hacia la sociedad, mi realidad y hacia mí misma, me he encontrado cuestionandome una y otra vez por el sentido de la vida y es paradójico que estudiando por años el comportamiento humano me cuestione el que hacer con mi vida y mí profesión.

    Me encamino casi como Víctor Frankl para encontrar el sentido de la vida, creo y me atrevería a afirmar que tu ya lo encontraste, pues tus palabras tienen trascendencia y eso de por sí te hace inmortal; un día por pura casualidad buscando la palabra depresión encontré tu blog, supe del canal de Youtube que diriges y supe que trabajabas en un reconocido periódico, medite durante meses escribirte pero ¿qué podría decir?. Me siento como un punto equidistante y me gusta estar acá, no he enfrentado mi depresión agazapada ni la ansiedad que me provoca en ocasiones hablar con las personas, por eso se que las palabras de consuelo en alguien que padece depresión no es alentador, no obstante tampoco lo es no hacer nada.

    Uno llega a ser su propio juez y enemigo, la mente sabotea cualquier intento por pensar distinto y es que asumir el costo de pensar diferente es muy caro. Sin embargo, hay que arriesgarse y romper esos esquemas infundados de una sociedad vanal, en cierta medida has logrado impactar con el canal y por ende te has ganado mi admiración, he de advertirte que no soy una loca o algo por el estilo, solo considero que cada quién recibe lo que se merece y que ese juez que llevas dentro se regocijara con los resultados obtenidos a lo largo de tu existencia.

    No dejas de ser un absoluto desconocido para mí, tanto como lo soy para ti, aún así has llegado a tocar un hilo invisible, cuando leí la entrada de tu blog «tristeza», y se que muchas personas se sentirán motivadas a leerlo y también a cuestionar cómo se sienten, allí sabrás que has ido cambiando en un grano a la humanidad, y que lo efímero de la vida recobrara sentido, al despertar, al ir a trabajar, incluso las cosas más pequeñas como compartir un instante con alguien hara una enorme diferencia, y quizás la visión pesimista se convierta en una versión más alentadora de la vida, una que permita soñar y renacer de las cenizas como un ave fénix.

  2. Hola Juan, acabo de terminar de leer «natalia» … y me encantó !! .. Gracias por escribir .. por escribirte !! … y tb por dejarnos leerte.

    🙂

  3. Todos lo días, a cada minuto, mi gran verdugo es mi mente, su látigo hace en mí heridas profundas, le suplico que se detenga ¡ya no más por favor! Pero ningún ruego o promesa barata le es suficiente, quiere seguir humillandome, destrozandome, entonces, le propongo un trato: matadme de una vez, dejadme entrar en el sueño eterno, descansad de gritar y agredir, pero todo lo que hace es envolverme con su látigo y apartarme del abismo, del pozo de la muerte. Le grito con las pocas fuerzas que me concede ¡te odio! Pero el me recuerda que está unido a mi, que somos lados opuestos de una misma moneda; respiro, recupero fuerzas, y lanzó al vacío un aullido ¡me odio!

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